aislados, sino que cada una de ellas tiene su fundamento en
la que le precede o en la que se va a realizar a continuación,
o ambas cosas. Cuando se realizan con una perfecta
coordinación y respetando los tiempos que les
corresponden, forman la maravillosa cadena de la fluidez.
Una sinfonía que el piloto siente correr por las venas y que
engrandece su alma, porque solo él es el creador de ese arte.
¡¡¡Letra de la canción del grupo de Rock argentino
LA RENGA dedicada a La Ruta Nacional 40!!!
LA RENGA dedicada a La Ruta Nacional 40!!!
En donde estés, en cualquier lugar,
y a donde quieras ir tras la tormenta,
o al viento cabalgar, yendo al norte o al sur,
ya sin dudar toma la ruta cuarenta.
Rectas, sinuosas, lejanas que van
Hacia otros mundos que en la mente aguardan
Y creo circular por la ruta que no esta
Embrujo largo del desierto hacia el alba
Rodaras en mí, para ver.
Que tan lejos podría ser.
Esta por acá, no lo ves
El lugar ese al que queres ir.
Si hasta tu alma querías llegar
Has elegido el camino correcto
La huella que se va, borrando por detrás
En esta soledad que me han descubierto.
El espíritu viejo aun vive acá
Cruza tu paso arremolinando el polvo,
Te quiere acariciar en tu áspero seguir
El sabe que al que vas se llega por aquí.
Rodaras en mí, para ver.
Que tan lejos podría ser.
Esta por acá, no lo ves
El lugar ese al que queres ir.
No solo llegaras sin saber,
Es que nunca podrás volver,
Ella estará ahí bajo el sol
O en la nieve esperándote.
y a donde quieras ir tras la tormenta,
o al viento cabalgar, yendo al norte o al sur,
ya sin dudar toma la ruta cuarenta.
Rectas, sinuosas, lejanas que van
Hacia otros mundos que en la mente aguardan
Y creo circular por la ruta que no esta
Embrujo largo del desierto hacia el alba
Rodaras en mí, para ver.
Que tan lejos podría ser.
Esta por acá, no lo ves
El lugar ese al que queres ir.
Si hasta tu alma querías llegar
Has elegido el camino correcto
La huella que se va, borrando por detrás
En esta soledad que me han descubierto.
El espíritu viejo aun vive acá
Cruza tu paso arremolinando el polvo,
Te quiere acariciar en tu áspero seguir
El sabe que al que vas se llega por aquí.
Rodaras en mí, para ver.
Que tan lejos podría ser.
Esta por acá, no lo ves
El lugar ese al que queres ir.
No solo llegaras sin saber,
Es que nunca podrás volver,
Ella estará ahí bajo el sol
O en la nieve esperándote.
Curioso personaje, ese tal motociclista.
Curioso personaje, ese tal motociclista. Es difícil creer que sea posible preferir las incomodidades de una motocicleta, en la que se viaja precariamente instalado sobre un asiento chiquito, en la que hay que hacer acrobacias para mantener el equilibrio, y rogar que no haya arena en el camino.
Cómo pueden creer que es cortés transportar un pasajero, sin ninguna comodidad ni seguridad, obligando al (o a la) pobre infeliz a abrazarse al piloto, estando expuestos ambos a toda clase de molestias: lluvia, calor, frío, polvo, piedras... Y ni hablar de la necesidad de usar camperas, cascos, botas, guantes y pañuelos, inclusive en los días más calurosos.
Todo eso cuando vivimos en una época en la que los automóviles nos ofrecen toda clase de comodidades y elementos de seguridad. Aire acondicionado, barras de refuerzo laterales, cinturones de seguridad, etc., que proveen seguridad a conductor y pasajero; equipos de sonido; la posibilidad de conversar a placer con los pasajeros (los pasajeros) sin tener que gritar. Tomar mate...
Personaje extraño, el motociclista...
Sin embargo, a pesar de todo lo que dije antes, veo siempre en sus rostros una extraña y particular sonrisa que no recuerdo haber esbozado yo mismo en mi auto, incluso disfrutando de todas las comodidades que tiene.
Entonces comencé a prestar un poco más de atención y descubrí que, durante mis viajes, los motociclistas que se cruzaban en las rutas se saludaban con señas, bocinas y luces, sin importar qué moto conducían, ni que nunca se hubieran visto antes. Muy raro...
Averigüé también que ellos frecuentemente se reúnen, como si fueran amigos de mucho tiempo, como aquellos que tenemos tan pocos y apreciamos tanto.
Percibí la solidaridad que los une. Observé también que debajo de muchas de aquellas pesadas ropas de cuero, pañuelos en la cabeza, botas, cadenas y expresiones ceñudas, había personas de todas clases, incluyendo médicos, jueces, abogados, militares, profesores, etc., que en aquel momento nada se parecían a los sesudos, formales e irreprochables profesionales que eran en el día a día. Encontré también a algunos colegas, a los que nunca imaginé ver pertrechados así.
Muy raro...
Al conversar con algunos de ellos, oí acerca de los indescriptibles placeres de “salir a la ruta” en dos ruedas;
sobre la experiencia de conocer nuevos amigos por donde se pase; de la alegría al redescubrir el placer de la aventura, sin importar la edad; y de la posibilidad de ser libre y alegre, rompiendo las barreras que existen solamente en nuestras mentes, tan acostumbradas a la mediocridad.
Vi, oí y medité sobre este asunto... y cambié mi visión anterior: Maravilloso personaje, el motociclista.
Aunque tuve muchas motocicletas, nunca fui un verdadero motociclista. Es un error que trato ahora de enmendar.
Si antes los miraba extrañado, incluso siendo dueño de una moto (pero no un motociclista), los veo ahora con profunda admiración. Y, cuando no estoy con ellos, con un poquito de envidia.
Lo interesante es que conozco personas que jamás tuvieron motos, pero están en perfecta sintonía con el ideal del motociclista. Algunas llegan incluso a participar en encuentros y listas de discusión. Lo que importa es la filosofía.
Quizás, con un poco de suerte, encontremos algún automovilista que, a través de las ventanillas de su jaula de acero, note extrañado aquel personaje que pasando en una motocicleta, con el viento en la cara, lo mismo a pleno sol que bajo lluvia o frío, parece feliz y ajeno a todo, con una sincera e incomprensible sonrisa en el rostro.
Quien sabe si así liberaremos de su encierro a un futuro hermano motociclista más.
Maravilloso personaje, el motociclista...
Cómo pueden creer que es cortés transportar un pasajero, sin ninguna comodidad ni seguridad, obligando al (o a la) pobre infeliz a abrazarse al piloto, estando expuestos ambos a toda clase de molestias: lluvia, calor, frío, polvo, piedras... Y ni hablar de la necesidad de usar camperas, cascos, botas, guantes y pañuelos, inclusive en los días más calurosos.
Todo eso cuando vivimos en una época en la que los automóviles nos ofrecen toda clase de comodidades y elementos de seguridad. Aire acondicionado, barras de refuerzo laterales, cinturones de seguridad, etc., que proveen seguridad a conductor y pasajero; equipos de sonido; la posibilidad de conversar a placer con los pasajeros (los pasajeros) sin tener que gritar. Tomar mate...
Personaje extraño, el motociclista...
Sin embargo, a pesar de todo lo que dije antes, veo siempre en sus rostros una extraña y particular sonrisa que no recuerdo haber esbozado yo mismo en mi auto, incluso disfrutando de todas las comodidades que tiene.
Entonces comencé a prestar un poco más de atención y descubrí que, durante mis viajes, los motociclistas que se cruzaban en las rutas se saludaban con señas, bocinas y luces, sin importar qué moto conducían, ni que nunca se hubieran visto antes. Muy raro...
Averigüé también que ellos frecuentemente se reúnen, como si fueran amigos de mucho tiempo, como aquellos que tenemos tan pocos y apreciamos tanto.
Percibí la solidaridad que los une. Observé también que debajo de muchas de aquellas pesadas ropas de cuero, pañuelos en la cabeza, botas, cadenas y expresiones ceñudas, había personas de todas clases, incluyendo médicos, jueces, abogados, militares, profesores, etc., que en aquel momento nada se parecían a los sesudos, formales e irreprochables profesionales que eran en el día a día. Encontré también a algunos colegas, a los que nunca imaginé ver pertrechados así.
Muy raro...
Al conversar con algunos de ellos, oí acerca de los indescriptibles placeres de “salir a la ruta” en dos ruedas;
sobre la experiencia de conocer nuevos amigos por donde se pase; de la alegría al redescubrir el placer de la aventura, sin importar la edad; y de la posibilidad de ser libre y alegre, rompiendo las barreras que existen solamente en nuestras mentes, tan acostumbradas a la mediocridad.
Vi, oí y medité sobre este asunto... y cambié mi visión anterior: Maravilloso personaje, el motociclista.
Aunque tuve muchas motocicletas, nunca fui un verdadero motociclista. Es un error que trato ahora de enmendar.
Si antes los miraba extrañado, incluso siendo dueño de una moto (pero no un motociclista), los veo ahora con profunda admiración. Y, cuando no estoy con ellos, con un poquito de envidia.
Lo interesante es que conozco personas que jamás tuvieron motos, pero están en perfecta sintonía con el ideal del motociclista. Algunas llegan incluso a participar en encuentros y listas de discusión. Lo que importa es la filosofía.
Quizás, con un poco de suerte, encontremos algún automovilista que, a través de las ventanillas de su jaula de acero, note extrañado aquel personaje que pasando en una motocicleta, con el viento en la cara, lo mismo a pleno sol que bajo lluvia o frío, parece feliz y ajeno a todo, con una sincera e incomprensible sonrisa en el rostro.
Quien sabe si así liberaremos de su encierro a un futuro hermano motociclista más.
Maravilloso personaje, el motociclista...
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